El Zapaterazo y un saludo al amigo Carlos Mejía

José Luis López Bulla.

El presidente del Gobierno se está equivocando de pe a pa. Primero, porque las medidas que ha puesto en marcha no llegan ni siquiera a sacrificios desigualmente repartidos, se dirigen sólo y solamente (al menos por ahora) a las rentas salariales y a las pensiones. Dígase con claridad: a los sectores que puede controlar. Segundo, porque –se nos dice machaconamente– que el problema está en la deuda del sector público. Totalmente falso, tan falso como aquellos duros antiguos que llamábamos sevillanos. [Se recuerda a las nuevas generaciones que el duro era el nombre castizo que dábamos a las cinco pesetas]. Pues bien, entiendo que Don Lluis Casas, colaborador de esta publicación, ha mantenido recurrentemente otra tesis que, de momento, la sostienen los profesores Pablo Beramendi y David Rueda (Universidad de Oxford) en el artículo El pozo, el perro y las pulgas que publica hoy El País. Afirman, como en días anteriores lo hizo Don Lluís Casas que: “la vulnerabilidad de la deuda soberana en los mercados financieros ha sido causada principalmente por la deuda combinada del sector público y el privado. Por supuesto, afirmar que “ya lo dijimos” no está bien visto, pero a ello debe recurrirse cuando a algunos los argumentos le entran por una oreja y le salen por la otra. Como también “ya lo dijimos”: el problema no está en el gasto sino en los ingresos del Estado. Así pues, las medidas de caballo no sólo son injustas sino que se basan en un epicentro absolutamente ficticio.

Por ambas razones, sostengo que el sindicalismo español ha reaccionado apropiadamente con la convocatoria de huelga en el sector de la función pública. Lo que me lleva a comentar unas reflexiones del amigo peruano Carlos Mejía en su (muy recomendable) blog Bajada a bases, cuando afirma: “¿Qué es más importante, la lealtad partidaria o la lealtad sindical? ¿Debe un sindicato hacerle una huelga a un gobierno de centro izquierda? El dilema no es sencillo y no hay respuestas de manual”. Por supuesto, querido Carlos, no hay respuestas de manual.

Ahora bien, la cuestión no es ideológica sino cultural. Me explico, nosotros enjuiciamos las políticas no por el apellido ni tampoco por el color (real o putativo) de las banderas sino por el carácter concreto de las medidas. De ahí que, en mi opinión, no tengamos un problema existencialista entre la lealtad partidaria y la lealtad sindical. Lo que está en cuestión es otra cosa: si hay que ser sujetos subalternos a unos planteamientos políticos que, fundadamente, consideramos no sólo inapropiados sino radicalmente injustos o si hay que ejercer la capacidad de representación como sindicalismo general. Por otra parte, tenemos (al menos algunos de nosotros) muy presentes las palabras del maestro Bruno Trentin cuando afirmó con lúcido desparpajo que “el sindicalismo no tiene ni un partido amigo, ni un gobierno amigo”.

Querido Carlos, sabes de sobra que Trentin no era ni anarcosindicalista ni nihilista. Eso sí, era un heterodoxo, aunque no un hereje. Por lo demás, también hay que recordar que el sindicalismo –desde su independencia de proyecto y su autonomía de instrumentos y recursos— no es indiferente al cuadro institucional. Pero, precisamente, exige a ese cuadro institucional medidas de fondo. Que, en el caso de ser ásperas, deben ser aproximadamente bien repartidas. De ahí que, desde esa concepción “laica” (en el sentido que Palmiro Togliatti daba a la expresión) sea la que ha llevado a los dirigentes sindicales españoles a la convocatoria que ya conoces. Aprovecho la ocasión para saludarte, y reitero a los demás que nos vemos el martes que viene.

Extret de la seva pàgina web.

Deixa un comentari