La prohibición de los toros es una venganza por el éxito de la Selección Española. Jaime Mayor Oreja, autor asimismo de: ¿Por qué voy a tener que condenar yo el franquismo si hubo muchas familias que lo vivieron con naturalidad y normalidad?
España se rompe. Otra vez.
Dicen Rajoy y Aguirre que los catalufos no quieren ser españoles y, por tanto, se han vuelto ecologistas los muy cabrones. Porque matar toros, ya se sabe, es muy español. ¡Qué coño, es la esencia misma de España! Y Alfonso Alonso, presidente del PP vasco, se lanza un órdago y afirma que en Euskadi las corridas permanecerán en la legalidad porque -ojo- “los toros los inventaron los vascos”.
La prensa internacional se hace un eco más bien desconcertado: España, la próxima Grecia, gana todo en deportes y pierde los cuernos por el camino. Pero no toda España, aclaran, sólo Catalonia, la más cool de las spanish regions, la del Barça, Woody Allen y las Erasmus.
¡Los toros los criamos nosotros y nos los follamos cuando queremos!, clama la masa profiesta nacional. El macho contra el bicho, lentejuelas y testosterona son parte de la idiosincrasia del país más rico de África. ¿Acaso no es cruel comerse un filete?, gritan entre lágrimas los patriotas de vieja escuela. ¿Acaso no hay un poso de barbarie en una tostadita con paté? ¿Acaso no dijo Jesucristo: “id y haced lo que os salga de la punta del nabo con los bichos y que no se os pase cobrar entrada”? ¿Acaso no llevamos matando toros desde que el primer sol se alzó, glorioso, sobre el Vasto Imperio Español?